Adriano de Utrecht, fue primero
mentor y luego protegido de Carlos Iº de España (el V de Alemania). Fue regente
de Castilla por expresa indicación de otro flamenco, Chievres, ante Carlos de
Gante. Borgoñones y alemanes ya tenían sus espias con mando en las posiciones
más altas del reino de Castilla, todo con la aprobación de Carlos de Gante,
otro flamenco que despreciaba al pueblo que había venido a gobernar, relego a
los castellanos en beneficio de los flamencos advenedizos, ávidos de las
riquezas que llegaban de America. Después fue nombrado Papa en 1522 a
conveniencia del nuevo César del Sacro Imperio.
Adriano protegió a Cortés de las acusaciones de traición y de
innumerables quejas que llegaban desde Cuba y Méjico a la Corte de Carlos Iº en
Castilla. Pero el de Gante y Adriano, ambos flamencos, validaron las infidelidades
y transgresiones de Cortés a cambio de sumisión absoluta de este y su ejercito ante
los válidos flamencos de Carlos en Castilla. Lo que los castellanos hicieron
con Moztezuma, secuestrando el poder azteca, lo hicieron los flamencos en la corte
de Castilla, secuestrando el poder castellano, con la aprobación de Carlos de
Gante, el que faltó a su juramento en San Pablo, Valladolid, según el cual juró
respetar y proteger los fueros y libertades del reino. Carlos de Gante faltó a
su juramento, perjuró y traicionó al reino de Castilla. No en vano, la Santa
Junta del Reino reunida en Ávila en agosto de 1920, le había advertido, mediante la Constitución
o Ley Perpetua, que “El Reino no es del Rey, sino de la Comunidad” y que debía
servir al Reino y no al contrario.
De las crónicas del castellano
Bernal Díaz del Castillo, natural de Medina del Campo, capitán de Cortés y
combatiente valiente y eficaz en Méjico, tomamos una cita en la cual, de manera
directa, aunque interesadamente partidaria a favor de Cortés, se aprecia como
la contienda Comunera contra el traidor Carlos Iº y sus advenedizos flamencos,
está presente en las actitudes de los castellanos en Cuba y Méjico, unos siguieron
leales a las instituciones de Castilla y su buen gobierno, y otros se acogieron
a la protección del poder real absoluto de Carlos de Gante, en contra de lo
dispuesto democráticamente por la Santa Junta en Ávila.
En el capitulo CLXVII (167) Díaz
del Castillo, dice: “Juan Rodriguez de
Fonseca, Obispo de Burgos, “hacía mucho por las cosas de Diego Velázquez, y era
contrario a las de Cortés” Lo cierto, según la propia dación de cuenta de
los hechos del propio Díaz del Castillo, es que Cortés partió con su tropa de
Cuba con instrucciones de su gobernador Diego Velázquez[1] para
rescatar, no para poblar. Cortés partió de Cuba hacia Méjico el 10 de febrero
de 1519. Los capitanes que acompañan a Cortés deliberan sobre volver o no a
Cuba; si vuelven tendrán que entregar el oro al gobernador. Deciden proponer a Cortés
que acepte el mando, que se destruyan las naves y continúen con la conquista
sin acatar ya la autoridad de Diego Velázquez y del Obispo de Burgos Juan Rodríguez
de Fonseca. Cortés, contraviniendo las órdenes acepta quedarse, no ya para
rescatar, sino para repoblar, con la condición, que los amotinados aceptan, que
le nombren capitán general y justicia mayor. A esta transgresión le llamarán
Diego Velázquez y el Obispo de Burgos “traición”. Desde ese momento, Diego Velázquez actuó en
cumplimento de su deber para detener y juzgar a Cortés conforme a la ley, para
lo cual le apoyaba el Obispo de Burgos. Situemos, pues, la acción de unos y
otros en su contexto, estos como fieles servidores de la ley y aquellos como
prófugos de la justicia. La manera de eludir Cortés la acción de la justicia en
Castilla solo tenía una salida y él lo vislumbró con la agilidad que le
caracterizaba: El emperador, con sus flamencos, estaba enfrentado a los
nacionalistas castellanos, Lo Comuneros y La Santa Junta de Ávila, que servían
al reino, no al Rey, y que no querían extranjeros en la corte ni en el gobierno
de Castilla. Por consiguiente, Cortés se acogió al rey perjuro y absoluto,
mostrándose absolutamente sumiso y humillado hasta las heces, colmando a Carlos
de Gante de oro, plata y piedras preciosas en la manera en que era habitual:
una quinta parte de lo que se conseguía era “el real quinto” que iba
directamente a las arcas Rey. Basta leer las cartas que Cortés enviaba al
Emperador, que se conservan en Viena, para comprobar cómo exalta sus actos de
guerra, magnifica los errores contrarios, justifica sus propios excesos y sus
prevaricaciones, como cuando colmaba a sus parientes y vecinos de su pueblo extremeño,
que le acompañaban en Méjico, de dadivas y cargos que no obtenían otros como
Bernal Díaz del Castillo por igual o mayor sacrificio y fidelidad. Todo lo justificaba
Cortés ante el rey absoluto, rebuscando justificaciones moralizantes y
necesidades presuntamente ineludibles, este comportamiento que hoy diríamos de
lameculos y rastrero, es lo que se deduce de sus misivas al Emperador. Díaz del
Castillo deja entrever en algunas de sus crónicas, pero no condena, quizá
porque habiendo seguido a Cortés cuando pasó con él desde Cuba, era cómplice de
desacato, todos los que pasaron desde Cuba a Méjico con Cortés, se debían unos
a otros reciprocidad en sus quebrantos, ante la justicia que les demandaba se
protegían mutuamente. Todos tenían interés en forrar de oro al rey flamenco y,
sobre todo, ganarse su favor frente al gobernador de Cuba y al Obispo, para que
por la gracia del oro y los halagos al emperador, a su retorno a Castilla no
terminaran en el cadalso. Y, Si, lo consiguieron, a fuerza de sacrificio,
padeciendo y muriendo la mayoría heroicamente, pero sobre todo a fuerza de
mucho oro, que le llegaba al de Gante por la Ruta de la Plata, de Sevilla a
Gijón y desde aquí hasta donde estuviera, habitualmente en Alemania, Borgoña o
Flandes. El quinto real no beneficiaba en Castilla sino escasamente, ni
siquiera a los que combatían para conseguirlo. En este contexto, se puede entender que Díaz
del Castillo defienda a Cortés frente a Diego Velázquez y el Obispo de Burgos
Juan Rodríguez de Fonseca.
Veamos cómo Cortés recurre al
flamenco Cardenal Adriano, por entonces Regente de Castilla: “y quiso Dios nuestro señor Jesucristo que en el año 1521 fue elegido en Roma por sumo pontífice
nuestro muy santo padre el Papa Adriano de Lovaina y en aquella sazón estaba en
Castilla por gobernador della y residía en la ciudad de Vitoria, y nuestros
procuradores fueron a besar sus santos pies;” Aquí hay una referencia sutil
a la perdida de las libertades castellanas en Villalar al salir las tropas de
Carlos vencedoras, el poder absoluto de este Austria se consolidó. Los de
Cortés, tal como expresa Díaz del Castillo en esta cita, se alegran de que en
Abril de ese año Castilla perdiera su libertad y su independencia en Villalar,
para ser gobernada por extranjeros como Adriano. Cortés y sus prófugos lo
celebran porque les favorecía para conseguir el perdón real. En Vitoria donde
residía Adriano, quizá porque no se encontraba seguro en las ciudades
castellanas, un cortesano alemán intercedió ante Adriano a favor de Cortés y su
tropa, es de suponer que en agradecimiento por el oro que llegaba desde Méjico
a Alemania, el alemán “suplicó” al recién
nombrado Papa flamenco que interviniera en los asuntos entre Cortés y el Obispo,
pero el alemán transformaba las quejas contra Cortés en razones y la acción
legal del Obispo y de Diego Velázquez en “agravios
e injusticias” (¿Qué no podrá Don dinero en forma de oro?) De esta manera,
consiguió Cortés recusar al Obispo de Burgos ante el Papa flamenco. Entre las
alegaciones para recusar al Obispo, Díaz del Castillo nos dice que Diego
Velázquez dio al Obispo un pueblo en la isla de Cuba, y que “a su majestad no le dio ningún pueblo,
siendo más obligado a ello que al Obispo” Veámoslo, como castellanos que
llevan el peso de la conquista a su costa y que se reparten entre los que
arriesgan sus vidas y su hacienda, es justo que así sea. Por el contrario,
enviar el oro a un reino extranjero que nada hacía para ganarlo, por más que
tal país comparta rey con el nuestro, es traición, una felonía cometida por
unos transgresores de la ley del reino y validada por un rey perjuro, rodeado
de cortesanos extranjeros y que no hablaba el castellano. Otra alegación de
Cortés y de sus complices, es que enviaron un presente al Obispo de Burgos en
Cuba, para el emperador Carlos Iº, por medio de unos mensajeros de la confianza
de Cortés, y que el Obispo les “trató mal
de palabras llamándolos traidores, y que venían a procurar por otro traidor”,
por lo cual dice Bernal Díaz, que el Obispo reescribió las cartas al emperador
indicando que el envió lo hacía el gobernador de Cuba Diego Velázquez. Si el
conducto habitual era mandarlo por el conducto del gobernador, y si los de
Cortés hubieran acatado la autoridad de este, no debían extrañarse de que el
envio lo hiciera el superior al mando, pero queda claro que los “traidores”
quería redimirse ante el emperador figurando ellos. Por muchos combates que los
desertores hubieran librado en Méjico, por mucho oro que enviaran al emperador,
seguían siendo perseguidos de la justicia, traidores que a su vez se querían
ganar el favor de otro “traidor”. Parece
razonable pensar que el Obispo dijo traidor en referencia a Cortés.